No se arrepintieron de sus asesinatos, ni de sus hechicerías, ni de sus fornicaciones, ni de sus rapiñas (Ap.9,20-21).
De sus
asesinatos, porque con su
maldad muchas almas pudieron matar.
Ni de sus
hechicerías,
porque con maldad y astucia pudieron engañar a otros para
que siguieran sus idolatrías, a sus falsos dioses.
Ni de sus
fornicaciones,
porque estaban
abiertamente faltando a la Ley que Dios ha puesto en el
corazón de cada hombre.
Ni de sus
rapiñas,
porque descaradamente y de forma violenta arrebataban la paz
y los bienes del Espíritu a otros, con sus maldades.
Defrauda a esos profetas el ver que es rechazada la Verdad.
Por esto, se puede entender más
claro que Jesús dijera: “Y si aquéllos días no fuesen
acortados, no se salvaría nadie; pero en atención a los
escogidos se acortarán aquéllos días” (Mt.24,22). Y es que
tanta confusión llega a afectar a los profetas que pueden
ser engañados, llegar a un estado de tibieza, queriendo
compaginar la Verdad que Dios nos ha dado con las verdades
que nos da el mundo, quizás, hasta con su lógica. Hemos de
estar atentos a lo que proclaman los profetas de Dios, estar
despiertos al testimonio de Jesús, el Único por quien
podemos ser salvados. Él nos da cuanto vayamos necesitando y
nos avisa a través de los profetas
Y los profetas reciben gracias extraordinarias, como sucede
en esta experiencia que veremos ahora, y que nos relata el
evangelista cuando recibe un libro que ha de devorar.
En este capítulo X que sigue a continuación, veremos la
tribulación de los profetas también.