Los Dos Testigos
(Primera Parte)
Se me dio una vara que
servía para medir, y se me ordenó: “Levántate y mide el
santuario de Dios y el altar, y a los que adoran en él.
Pero no incluyas el atrio exterior del templo; no lo midas,
porque ha sido entregado a las naciones paganas, las cuales
pisotearán la Ciudad Santa durante cuarenta y dos meses
(Ap.11,1-2).
¿Quién puede aplicar mejor la
medida con la que
hemos de ser medidos, que alguien que haya vivido en la
misma realidad que vivimos todos nosotros, como seres
humanos que somos? Esta visión nos dice que seremos medidos
conforme Dios ha establecido para nosotros como seres
humanos, pues se le da simbólicamente la medida a un hombre,
como para darnos a entender que será teniendo en cuenta
nuestras limitaciones; no somos ángeles, sino seres que
vivimos en una lucha por vencer el mal, del que Cristo nos
ha rescatado.
Y este evangelista que recibe esta medida, hombre entregado a Dios, el apóstol enamorado de Jesús, que conoce la intimidad mística de la unión a Dios desde su condición humana, sirve simbólicamente de instrumento para aplicar la medida. Será parte de los que se sienten a juzgar (Ap.20,4), los que se acogieron a la gracia de la salvación que se nos ha manifestado por Cristo, el Amor de Dios dado a los hombres. Jesús dice: “No penséis que os voy a acusar Yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés” (Jn.5,45). ¿Nos acusará Moisés? Moisés simboliza la Ley. Quiere decir que la Ley es la que nos va a medir, la conciencia de cada uno, a la que nadie puede escapar porque Él ha puesto sus leyes grabadas en nuestra mente (Hb.8,10). Dios es veraz consigo mismo. ”Si fuéramos infieles, Él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo” (2Tim.2,13).
Está
claro que sí que verán por un momento - hasta los que se
condenen - la gloria en que viven Moisés y todos los
salvados. “Todas las cosas están desnudas y abiertas a los
ojos de Aquél a quien tenemos que dar cuenta” (Hb.4,13).
Será cada uno quien se acuse a sí mismo irremediablemente,
al ver la gloria, la pureza, la Verdad, la Luz que ilumina
todo y que al mismo tiempo deja al descubierto su propia
suciedad, su miseria, como explica Jesús en el banquete de
bodas, de aquel invitado que no llevaba el vestido adecuado.
(Mt.22,11-14).
Pero aquí no se refiere a los que se condenan, porque se
encomienda medir el
santuario. Veamos el
significado de santuario:
En la gloria de Dios, en el más
allá, allí no hay santuario
(Ap.21,22), puesto que
santuario es como el
habitáculo en que reside ahora una parte de esa gloria de
Dios. Luego, santuario
somos todas las almas receptoras
de la Vida en Dios y fieles moradas en las que Dios habita
temporalmente, para luego allá fundirnos en la inmensidad
misma de la gloria de Dios. Todo lo que habrá sido nuestra
vida aquí, es lo que medirá, simbólicamente el evangelista:
una medida
que Dios ha establecido para nuestra condición humana,
porque se le da la medida, la
vara a un hombre.
Medir el santuario de Dios,
es medir en qué medida hemos sido puros, llenos del Amor de
Dios. Medir el
altar simboliza que
será medido lo que hemos ofrendado de nuestra vida
a Dios, pues es el altar
el lugar de las ofrendas, de los
sacrificios, es decir: a cuánto hemos renunciado de nuestras
cosas humanas para vivir llenos de Dios, para entregarnos a
Dios. Ése es el sentido del sacrificio: matar en nosotros
todo lo humano que nos impida entregarnos a Dios, ofrendar a
Él nuestra vida y nuestras obras, que son sus obras en
nosotros, porque de Él recibimos todo.
Los adoradores también son
medidos porque todo lo
bueno que hayan vivido se tiene en cuenta para su
recompensa, única para cada uno. Es lo que se dice en las
cartas a las siete iglesias.
Se le da
una vara
para medir el santuario y el
altar, pues los demás que
están en el atrio exterior
aún no habrán de ser medidos
porque no se ha acabado “el año de gracia” que el Señor ha
dado a esta humanidad. No
incluye el atrio exterior,
pues continúa la lucha porque todavía hay
paganos
que pueden arrepentirse y que
siguen pisoteando
las cosas santas, la Verdad, el Amor… que los llevaría a la
Ciudad Santa,
que habría de ser morada para ellos, pero que ellos
menosprecian o desprecian.
Pero Dios en su misericordia divina manda en estos momentos,
un ejército de profetas, como nos anuncia esta
sexta trompeta.
En contraposición a la Ciudad
Santa, se cita varias veces
en este Apocalipsis la Gran
Ciudad, la que habrá de ser
destruida y que se la compara con Sodoma o Egipto en el
versículo ocho de la segunda parte de “Los Dos Testigos”.
Sólo podemos vivir de una forma o de otra,
conforme dijo Jesús: “El que no está conmigo está contra Mí”
(Lc.11,23). Es durante
cuarenta y dos meses, que son
los mismos mil doscientos
sesenta días que se nombrarán
también refiriéndose a “la Mujer que huye al desierto para
ser allí alimentada” (nuestra vida aquí) (Ap.12,6). Se
alimentan los hijos de Dios que serán los que se conviertan
de entre todos esos gentiles; pero los que no quieren
salvarse, no reciben esta gracia de la salvación porque la
rechazan; no la buscan. Sin embargo, se les sigue
concediendo el poder de convertirse, pues se dice:
No lo midas.
Durante este tiempo siguen
teniendo a los profetas, inspirados por los
Dos Testigos,
que les advierten para que abran sus ojos y vean la Verdad:
Por mi parte yo encargaré a mis Dos
Testigos que, vestidos de sayal, profeticen durante mil
doscientos sesenta días”. Estos Dos Testigos son los dos
olivos y los dos candeleros que permanecen delante del Señor
de la tierra (Ap.11,3-4).
El
vestido de sayal
es símbolo de nuestro cuerpo. Éste es como
un vestido. Nosotros habitamos en él, porque somos
espíritu y alma que moramos temporalmente en la materia, en
un cuerpo. Y es al espíritu que habita en nosotros al que
Dios inspira. Y este espíritu habla y comunica lo que Dios
quiere decirnos, a través del cuerpo: de la boca, del
corazón, de la mente, de los ojos… como al apóstol Juan en
estas visiones.
El
vestido de sayal
del que se habla en el Antiguo Testamento es como para irnos
enseñando que cuando estamos en este peregrinaje de nuestra
vida aquí (porque hemos sido creados para vivir en la gloria
del Paraíso) necesitamos estar alejados de las cosas del
mundo y en el mayor contacto con Dios, en el silencio y la
oración que nos acerca a Él, como hacía Jesús.
Pero la Vida completa en Dios está limitada aún por nuestra
condición humana que supone estar en esta tienda de la que
habla Pablo: “Porque sabemos que si esta “tienda” que es
nuestra morada terrestre se deshiciere, tenemos un edificio
que es Dios: una morada eterna... Y por esto también gemimos
los que estamos en esta tienda” (2Cor.5,1ss). Estas palabras
y otras como las del Génesis, cuando Dios “hizo para el
hombre y la mujer túnicas de piel y
los vistió” nos
confirman que lo importante es nuestro
espíritu y que el cuerpo es algo transitorio, como una
túnica.
Nuestro cuerpo es el
vestido de sayal que
nos ha concedido Dios dentro de la perfección de todo lo
creado, como un medio que en esta vida necesitamos.
Pero tenemos muchas limitaciones y necesitamos la ayuda
extraordinaria, sobrenatural de Dios; porque por nosotros
solos no habríamos podido llegar a conocerlo. Y por eso Dios
a través de los tiempos, ha ido inspirando a los profetas
para irnos acercando más a la Verdad que nos ayuda en el
retorno a Él. Y cuando Dios inspira al hombre ha surgido un
profeta y ese hombre sirve como
sayal
de los Dos Testigos,
como aquí se nombran. Y que veremos luego.
Pero antes de hablar de estos
Dos Testigos,
parece obligado aquí, el hablar de la
Mujer vestida del sol,
puesto que nos hará entender mejor lo que sigue después,
referente a estos Dos
Testigos. La Mujer es uno de
los Dos Testigos.