La Sexta Trompeta Está Sonando

 

  • Los Dos Testigos


    Los Dos Testigos

    (Primera Parte)

    Se me dio una vara que servía para medir, y se me ordenó: “Levántate y mide el santuario de Dios y el altar, y a los que adoran en él.

             Pero no incluyas el atrio exterior del templo; no lo midas, porque ha sido entregado a las naciones paganas, las cuales pisotearán la Ciudad Santa durante cuarenta y dos meses (Ap.11,1-2).

              ¿Quién puede aplicar mejor la medida con la que hemos de ser medidos, que alguien que haya vivido en la misma realidad que vivimos todos nosotros, como seres humanos que somos? Esta visión nos dice que seremos medidos conforme Dios ha establecido para nosotros como seres humanos, pues se le da simbólicamente la medida a un hombre, como para darnos a entender que será teniendo en cuenta nuestras limitaciones; no somos ángeles, sino seres que vivimos en una lucha por vencer el mal, del que Cristo nos ha rescatado.

    Y este evangelista que recibe esta medida, hombre entregado a Dios, el apóstol enamorado de Jesús, que conoce la intimidad mística de la unión a Dios desde su condición humana, sirve simbólicamente de instrumento para aplicar la medida. Será parte de los que se sienten a juzgar (Ap.20,4), los que se acogieron a la gracia de la salvación que se nos ha manifestado por Cristo, el Amor de Dios dado a los hombres.  Jesús dice: “No penséis que os voy a acusar Yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés” (Jn.5,45). ¿Nos acusará Moisés? Moisés simboliza la Ley. Quiere decir que la Ley es la que nos va a medir, la conciencia de cada uno, a la que nadie puede escapar porque Él ha puesto sus leyes grabadas en nuestra mente (Hb.8,10). Dios es veraz consigo mismo. ”Si fuéramos infieles, Él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo” (2Tim.2,13).

    Está claro que sí que verán por un momento - hasta los que se condenen - la gloria en que viven Moisés y todos los salvados. “Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquél a quien tenemos que dar cuenta” (Hb.4,13). Será cada uno quien se acuse a sí mismo irremediablemente, al ver la gloria, la pureza, la Verdad, la Luz que ilumina todo y que al mismo tiempo deja al descubierto su propia suciedad, su miseria, como explica Jesús en el banquete de bodas, de aquel invitado que no llevaba el vestido adecuado. (Mt.22,11-14).

              Pero aquí no se refiere a los que se condenan, porque se encomienda medir el santuario. Veamos el significado de santuario: En la gloria de Dios, en el más allá, allí no hay santuario (Ap.21,22), puesto que santuario es como el habitáculo en que reside ahora una parte de esa gloria de Dios. Luego, santuario somos todas las almas receptoras de la Vida en Dios y fieles moradas en las que Dios habita temporalmente, para luego allá fundirnos en la inmensidad misma de la gloria de Dios. Todo lo que habrá sido nuestra vida aquí, es lo que medirá, simbólicamente el evangelista: una medida que Dios ha establecido para nuestra condición humana, porque se le da la medida, la vara a un hombre.

              Medir el santuario de Dios, es medir en qué medida hemos sido puros, llenos del Amor de Dios.  Medir el altar simboliza que será medido lo que hemos ofrendado de nuestra vida   a Dios, pues es el altar el lugar de las ofrendas, de los sacrificios, es decir: a cuánto hemos renunciado de nuestras cosas humanas para vivir llenos de Dios, para entregarnos a Dios. Ése es el sentido del sacrificio: matar en nosotros todo lo humano que nos impida entregarnos a Dios, ofrendar a Él nuestra vida y nuestras obras, que son sus obras en nosotros, porque de Él recibimos todo.

              Los adoradores también son medidos porque todo lo bueno que hayan vivido se tiene en cuenta para su recompensa, única para cada uno. Es lo que se dice en las cartas a las siete iglesias.

    Se le da una vara para medir el santuario y el altar, pues los demás que están en el atrio exterior aún no habrán de ser medidos porque no se ha acabado “el año de gracia” que el Señor ha dado a esta humanidad. No incluye el atrio exterior, pues continúa la lucha porque todavía hay paganos que pueden arrepentirse y que siguen pisoteando las cosas santas, la Verdad, el Amor… que los llevaría a la Ciudad Santa, que habría de ser morada para ellos, pero que ellos menosprecian o desprecian.

              Pero Dios en su misericordia divina manda en estos momentos, un ejército de profetas, como nos anuncia esta sexta trompeta. En contraposición a la Ciudad Santa, se cita varias veces en este Apocalipsis la Gran Ciudad, la que habrá de ser destruida y que se la compara con Sodoma o Egipto en el versículo ocho de la segunda parte de “Los Dos Testigos”. Sólo   podemos vivir de una forma o de otra, conforme dijo Jesús: “El que no está conmigo está contra Mí” (Lc.11,23). Es durante cuarenta y dos meses, que son los mismos mil doscientos sesenta días que se nombrarán también refiriéndose a “la Mujer que huye al desierto para ser allí alimentada” (nuestra vida aquí) (Ap.12,6). Se alimentan los hijos de Dios que serán los que se conviertan de entre todos esos gentiles; pero los que no quieren salvarse, no reciben esta gracia de la salvación porque la rechazan; no la buscan. Sin embargo, se les sigue concediendo el poder de convertirse, pues se dice: No lo midas. Durante este tiempo siguen teniendo a los profetas, inspirados por los Dos Testigos, que les advierten para que abran sus ojos y vean la Verdad:

    Por mi parte yo encargaré a mis Dos Testigos que, vestidos de sayal, profeticen durante mil doscientos sesenta días”. Estos Dos Testigos son los dos olivos y los dos candeleros que permanecen delante del Señor de la tierra (Ap.11,3-4).

    El vestido de sayal es símbolo de nuestro cuerpo.  Éste   es como un vestido.  Nosotros habitamos en él, porque somos espíritu y alma que moramos temporalmente en la materia, en un cuerpo. Y es al espíritu que habita en nosotros al que Dios inspira. Y este espíritu habla y comunica lo que Dios quiere decirnos, a través del cuerpo: de la boca, del corazón, de la mente, de los ojos… como al apóstol Juan en estas visiones.

    El vestido de sayal del que se habla en el Antiguo Testamento es como para irnos enseñando que cuando estamos en este peregrinaje de nuestra vida aquí (porque hemos sido creados para vivir en la gloria del Paraíso) necesitamos estar alejados de las cosas del mundo y en el mayor contacto con Dios, en el silencio y la oración que nos acerca a Él, como hacía Jesús.

              Pero la Vida completa en Dios está limitada aún por nuestra condición humana que supone estar en esta tienda de la que habla Pablo: “Porque sabemos que si esta “tienda” que es nuestra morada terrestre se deshiciere, tenemos un edificio que es Dios: una morada eterna... Y por esto también gemimos los que estamos en esta tienda” (2Cor.5,1ss). Estas palabras y otras como las del Génesis, cuando Dios “hizo para el hombre y la mujer túnicas de piel   y   los   vistió”  nos    confirman   que  lo importante es nuestro espíritu y que el cuerpo es algo transitorio, como una túnica.

              Nuestro cuerpo es el vestido de sayal que nos ha concedido Dios dentro de la perfección de todo lo creado, como un medio que en esta vida necesitamos.

              Pero tenemos muchas limitaciones y necesitamos la ayuda extraordinaria, sobrenatural de Dios; porque por nosotros solos no habríamos podido llegar a conocerlo. Y por eso Dios a través de los tiempos, ha ido inspirando a los profetas para irnos acercando más a la Verdad que nos ayuda en el retorno a Él. Y cuando Dios inspira al hombre ha surgido un profeta y ese hombre sirve como sayal de los Dos Testigos, como aquí se nombran. Y que veremos luego.

              Pero antes de hablar de estos Dos Testigos, parece obligado aquí, el hablar de la Mujer vestida del sol, puesto que nos hará entender mejor lo que sigue después, referente a estos Dos Testigos. La Mujer es uno de los Dos Testigos.

     


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