La Mujer Vestida del Sol
Apareció en el cielo una señal maravillosa: Una mujer
vestida del sol, con la luna debajo de sus pies y con una
corona de doce estrellas en la cabeza. Estaba encinta y
gritaba por los dolores y angustias del parto (Ap.12,1-2).
Esta
Mujer vestida del sol es
simbólicamente María, la Virgen gestando a Jesús, y
representa al templo, santuario, iglesia, que puede ser cada
uno de nosotros cuando gesta en su interior la Vida nueva
que infunde el Espíritu Santo, que se hace Luz que ilumina.
Y por encima de ella ha de estar la Palabra, el Evangelio,
simbolizado en la corona de
doce estrellas, los doce
apóstoles.
Es así como nace en nosotros la Vida nueva que ilumina
también a los demás. Por eso se dice que está
la Luna debajo de sus pies,
porque la Luz que se hace en nosotros ilumina también a
otros, igual que la Luna queda iluminada por el sol, e
incluso da una tenue luz en la noche.
Esta Mujer
de la visión estaba encinta,
y gritaba por los dolores y angustias del parto.
Y es que cuando la Vida en Dios fecunda en nosotros, surge
la lucha, hay confrontación, renuncias que aceptar, esquemas
y conceptos que cambiar… tribulación, dolor. El
enemigo está al acecho para abortar la Vida nueva que está
desarrollándose en nuestro interior. Y esta lucha que
expresan los dolores y
angustias del parto tienen su
motivo en el versículo siguiente:
Y apareció en el cielo otra señal: un enorme dragón de color
rojo encendido que tenía siete cabezas y diez cuernos, y una
diadema en cada cabeza (Ap.12, 3).
El dragón
es el pecado, con siete
cabezas.
Cabezas,
porque por la mente comienza el
ataque de la bestia,
con un pensamiento, con una idea,
como el primer pecado de la humanidad
(Pág. 135).
Son siete
porque va en contra de todo lo
perfecto que nos da el Señor, sembrando soberbia, avaricia,
ira, gula, lujuria, envidia, pereza, con todas sus maldades.
Los diez cuernos
simbolizan la propagación del pecado al máximo, porque todos
conocemos el pecado por propia experiencia.
Las siete diademas que adornan
las siete cabezas
simbolizan el adorno del pecado, porque el pecado no se
presenta como algo feo y repugnante, sino siempre
disimulado, atractivo, adornado, para que
lo aceptemos y nos rindamos a él. Y así hace daño a los
hijos de Dios, pues se dice:
Con la cola arrastró la tercera
parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la
tierra (Ap.12,4).
Las estrellas del cielo
son todos aquéllos que brillan en la noche espiritual
de otros, porque son portadores de la Luz de Dios; son los
que con su testimonio de Vida hacen que otros vean la Luz de
Dios, que llegue a otros que están en oscuridad porque no
creen en Dios. Su cola
arrastra a muchos
débiles que desisten de esta lucha y los hace caer. Pero no
puede con los que de verdad viven en Cristo, con la Vida
nueva, la Mujer:
Cuando la mujer estaba a punto de dar a luz, el dragón se
plantó delante de ella para devorar a su Hijo tan pronto
como naciera (Ap.12,4).
Es la Mujer
que se nombra al principio de Génesis: “Pondré enemistad
entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella
te aplastará tu cabeza…”El
dragón se detiene y el Hijo
nace. Nada pudo impedir la redención de Cristo, y Cristo
sigue naciendo en cada uno que le abre su corazón.
El dragón
no tiene poder sobre nosotros cuando vivimos en Cristo.
Ella
dio a luz un Hijo varón que gobernará a todas las
naciones con cetro de hierro. Y su Hijo fue arrebatado y
llevado hasta Dios que está en su Trono (Ap.12,5).
Cuando Cristo nace en nosotros y nos da una Vida nueva,
nadie puede en contra de Él. “Si Dios está con nosotros
¿Quién contra nosotros?... ¿Quién nos separará del Amor
de Cristo”? (Rom.8,35-39). Nada puede porque Cristo
desde Él, y en nosotros, todo lo dirige con
cetro de hierro.
Y Cristo en nosotros, nos arrebata nos lleva hasta el
Trono del Padre.
Esta Vida que Dios infunde en sus hijos permanece
siempre aquí, generación tras generación, hasta el final
de los tiempos tal como se dice ahora:
Y la mujer huyó al desierto, a un lugar que Dios le
había preparado para que allí la sustentaran durante mil
doscientos sesenta días (Ap.12,6).
Comparado con la eternidad este tiempo de
mil doscientos sesenta días
que simboliza la
duración de la vida de cada uno
aquí, es el tiempo dado por Dios para que regresemos a
Él. Y se nos da este
desierto para tener el
reencuentro con el Padre, a imagen de Jesús que fue al
desierto movido por el Espíritu Santo (Mc.1,9-12). Ahí
es, en la búsqueda de Dios, en el silencio, en la sed
del desierto, donde somos alimentados con cuanto
necesitamos para que ninguna tentativa del enemigo pueda
apartarnos del Camino y así vencer, porque nada ni nadie
puede abortar el Cristo que vive en nosotros.
Proseguimos aquí con los versículos que siguen hablando
de la Mujer vestida
del sol en este
capítulo XII para no dejar nada atrás sobre este relato,
que complementa lo que hemos visto hasta ahora. (Los
versículos intermedios, desde el siete hasta el doce,
están explicados en “La Quinta Trompeta” que como se ha
visto hace referencia al perfil del mal de igual forma
que se describe en ella). Veamos ahora la persecución
que hace el dragón
a la Mujer vestida del
sol. A cada uno de
nosotros que vive en Dios.