La Sexta Trompeta Está Sonando

 

  • Tocó la Quinta Trompeta


    Cómo el Mal nos Ataca ¡Alerta!

              De la humareda descendieron langostas sobre la tierra, y se les dio poder como el que tienen los escorpiones de la tierra. Se les ordenó que no dañaran la hierba de la tierra, ni ninguna planta ni ningún árbol, sino sólo a las personas que no llevaran en la frente el sello de Dios (Ap.9,3-4).

    Ésas son las langostas que vienen sobre la tierra. Ante todo esto, nuestra actitud ha de ser vigilante, de centinela, como dice el Señor a Ezequiel; (Ezq.33,1ss) porque nuestra situación es de alerta y es de lucha. Lucha ante la que nosotros solos nada podemos, sino que somos vencedores si Cristo vive en nosotros. Y contra Él nada ni nadie puede; pues siempre que vivamos en Cristo, Él es nuestro escudo, baluarte y fortaleza. No temamos, pues estos escorpiones tienen poder para picar, como los de escorpiones de la tierra, pero no pueden matarnos a los que vivimos en Dios.

    Si nos fijamos en lo que estas trompetas nos están avisando, vemos cómo Dios nos preserva, ya que el poder que los escorpiones tienen no puede llegar a los hijos de Dios, a los que han sido marcados con el sello de los hijos de Dios, como se dice aquí y como se vio antes en: “No toquéis la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en la frente a los servidores de nuestro Dios” (Ap.7,3).

              Estos siervos, hijos de Dios, están simbolizados aquí en la hierba verde, los árboles, (que en la primera trompeta ya se nombraron, y dijimos que son los que quedaron quemados por el fuego del Amor de Dios, que todo lo purifica).

    Todos los demás hombres, los que no llevan en la frente el sello de Dios, quedan por su propia decisión a merced del mal, a merced de esos supuestos escorpiones, a los que se les permite combatir, pero no dominar. Es lo que dice aquí:

     

    No se les dio permiso para matarlas sino solo para hacer daño durante cinco meses. Su tormento es como el producido por la picadura de un escorpión (Ap.9, 5).

    Aunque algunas especies de escorpiones terrestres pueden llegar a ser mortales, este símil, que significa cómo el mal combate y hace sufrir, dice expresamente que estos escorpiones no son mortales sino que pueden dañar, producir dolor, inquietud, sufrimiento... Deja claro, que el mal no tiene poder sobre nosotros. Quien se condene es porque ni ha buscado ni elegido la Verdad.

    Este aviso que nos llega es para que nos animemos y no desfallezcamos en nuestras tribulaciones, pues como dice la Escritura: “Nuestra lucha no es contra gente de carne y hueso sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal, que moran en los espacios celestes” (Ef.6,12).

              Hemos de acatar esta lucha, nuestras tribulaciones, considerándolas como un medio que Dios nos permite para que salgamos fortalecidos, purificados, para que decidamos libremente dónde queremos estar, con quién queremos estar.

    Tenemos que vencer al engaño, al que un día dimos libremente cabida en nuestras vidas.

     Y aunque parezca contradictorio decir que Dios nos permita vivir en esta lucha, podemos entenderlo mejor si nos fijamos en nuestra condición de humanidad caída en el pecado, en las tinieblas.

              La explicación siguiendo el relato del Génesis, sería muy extenso añadirla aquí, y nos saldríamos del tema objeto del aviso de este ángel. Allí se ve muy claro que tal era la ceguera del hombre que no veía su culpa, y se disculpó. No veía que Dios lo perdonaría. Somos seres que nos habíamos alejado voluntariamente de Dios, y Dios podía haber dejado para siempre fuera de Él, pero se compadeció de nosotros y no nos apartó en ese momento definitivamente de Él, sino que nos concedió vivir este peregrinaje en el que se nos da la gracia de poder distinguir el bien y el mal, y elegir ahora libremente. Por eso Dios permite que el mal se manifieste a nosotros: podemos vencerlo viviendo en Dios.

    Él nos da la Luz necesaria para que nos demos cuenta de ello y vivamos unidos a Él; para que si en aquel momento fuimos engañados, ahora a través de nuestra vida aquí podamos distinguir y salir de las tinieblas del engaño, que aún hoy persiste si no elegimos seguir a Cristo, vivir en Cristo.

              Con Cristo obtenemos la Victoria a la que Él nos ha llevado, dándonos el poder de ser una unidad en Él. Él siempre nos da cuanto necesitamos (Mt.7,7).

    Esta lucha es para salvación. Dios nos invita al “Banquete de su Reino,” como en aquel banquete de la parábola en la que llama a todos: “Trae a los pobres y a los inválidos, a los ciegos y a los cojos” (Lc.14,21). Llama a todos los que adolecen de algo, a todos aquéllos que llevan una vida que no es una Vida plena.

    Sabemos que lo que leamos en las Escrituras, hemos de mirarlo en un plano espiritual, aunque se esté utilizando algo material como medio de entendimiento. Esos cojos hemos de entender que son aquéllos que no caminan correctamente en el Camino de Cristo, los ciegos los que no ven la Luz de Dios, la Verdad. Y así todo, ya que cuanto se nos ha dado a través de las Escrituras es mensaje de salvación.  Y    esto   quiere   decir, que esta invitación es para todos los que andan en camino de perdición y de muerte. Todos pueden ser de los que disfruten del banquete, si se preparan y se despojan de sus ataduras, de todo lo que el mal ha podido limitarles porque no veían, o no caminaban rectamente, o tantas otras causas, pero que se decidieron a luchar, y entregados a Dios, consiguen ser vencedores.

              Pero en ese final, que es de lo que habla esta trompeta, el dolor de la tribulación será tanto, estarán los hombres ya tan envueltos en la maldad, que aunque vean que les conviene convertirse, no podrán, no les llegará el arrepentimiento, no podrán morir a su vida de maldad, pues sus corazones sólo verán el dolor de cuanto viven y les rodea, pero no pueden dar entrada en ellos al Amor, a la Luz de la Verdad, dada la cerrazón de sus corazones. Es lo que se dice así:

     

       


     



  • En aquellos días la gente buscará la muerte, pero no la encontrará; desearán morir, pero la muerte huirá de ellos (Ap.9, 6).

     

    Aquellos días, hacen referencia a la gran tribulación final. Aquéllos que buscarán la muerte, pero no la encontrarán en esos momentos finales, estarán siendo mantenidos en este peregrinaje por la Divina Providencia de Dios que en su misericordia infinita los atrae a la salvación. Dios sabe que hasta en aquellos días finales aún podrán muchos salvarse, puesto que Dios les da todo lo que pueda llevarlos al arrepentimiento, si quieren salvarse. (Los últimos salvados. Pag 214).

              Y ésa es la lucha, por la que Él permite que toda maldad lleve consigo sus consecuencias; sólo porque es el sello, la forma de que podamos caer en la cuenta de que solos nada podemos y así clamemos a Él, que siempre nos escucha y nos da la salvación: “Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Hc.2,21). El que lo invoque desde el corazón, no sólo con la mente. Él dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus   fuerzas” (Mc.12,30). Y esto es lo que no podrán hacer aquéllos, que envueltos en la confusión reinante quieran arrepentirse sólo desde su mente y no puedan hacerlo ya desde su corazón, desde la entrega total. Por eso se dice aquí que la muerte huirá de ellos.

              Todos estamos en esta lucha, y para que no nos engañe el mal, para que distingamos su apariencia engañosa, se nos da el perfil de éste:


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