Cómo el Mal nos Ataca ¡Alerta!
De la humareda descendieron langostas sobre la tierra, y se les dio poder como el que tienen los escorpiones de la tierra. Se les ordenó que no dañaran la hierba de la tierra, ni ninguna planta ni ningún árbol, sino sólo a las personas que no llevaran en la frente el sello de Dios (Ap.9,3-4).
Ésas son
las langostas
que vienen sobre la tierra. Ante todo esto, nuestra actitud
ha de ser vigilante, de centinela, como dice el Señor a
Ezequiel; (Ezq.33,1ss) porque nuestra situación es de alerta
y es de lucha. Lucha ante la que nosotros solos nada
podemos, sino que somos vencedores si Cristo vive en
nosotros. Y contra Él nada ni nadie puede; pues siempre que
vivamos en Cristo, Él es nuestro escudo, baluarte y
fortaleza. No temamos, pues estos
escorpiones
tienen poder para picar, como
los de escorpiones de la tierra,
pero no pueden matarnos a los que vivimos en Dios.
Si nos
fijamos en lo que estas trompetas nos están avisando, vemos
cómo Dios nos preserva, ya que el poder que los
escorpiones
tienen no puede llegar a los hijos de Dios, a los que han
sido marcados con el sello de
los hijos de Dios, como se
dice aquí y como se vio antes en: “No toquéis la tierra, ni
al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en la
frente a los servidores de nuestro Dios” (Ap.7,3).
Estos siervos,
hijos de Dios, están
simbolizados aquí en la
hierba verde, los árboles, (que
en la primera trompeta ya se nombraron, y dijimos que son
los que quedaron quemados por
el fuego del Amor de Dios,
que todo lo purifica).
Todos los
demás hombres, los que no llevan
en la frente el sello de Dios,
quedan por su propia decisión a merced del mal, a merced de
esos supuestos escorpiones,
a los que se les permite combatir, pero no dominar. Es lo
que dice aquí:
No se les dio permiso para matarlas
sino solo para hacer daño durante cinco meses. Su tormento
es como el producido por la picadura de un escorpión (Ap.9,
5).
Aunque
algunas especies de
escorpiones terrestres
pueden llegar a ser mortales, este símil, que significa cómo
el mal combate y hace sufrir, dice expresamente que estos
escorpiones
no son mortales sino que pueden dañar, producir dolor,
inquietud, sufrimiento... Deja claro, que el mal no tiene
poder sobre nosotros. Quien se condene es porque ni ha
buscado ni elegido la Verdad.
Este aviso que nos llega es para que
nos animemos y no desfallezcamos en nuestras tribulaciones,
pues como dice la Escritura: “Nuestra lucha no es contra
gente de carne y hueso sino contra los principados y
potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso,
contra los espíritus del mal, que moran en los espacios
celestes” (Ef.6,12).
Hemos de acatar esta lucha, nuestras tribulaciones,
considerándolas como un medio que Dios nos permite para que
salgamos fortalecidos, purificados, para que decidamos
libremente dónde queremos estar, con quién queremos estar.
Tenemos que vencer al engaño, al que
un día dimos libremente cabida en nuestras vidas.
Y aunque parezca contradictorio
decir que Dios nos permita vivir en esta lucha, podemos
entenderlo mejor si nos fijamos en nuestra condición de
humanidad caída en el pecado, en las tinieblas.
La explicación siguiendo el relato del Génesis, sería muy
extenso añadirla aquí, y nos saldríamos del tema objeto del
aviso de este ángel. Allí se ve muy claro que tal era la
ceguera del hombre que no veía su culpa, y se disculpó. No
veía que Dios lo perdonaría. Somos seres que nos habíamos
alejado voluntariamente de Dios, y Dios podía haber dejado
para siempre fuera de Él, pero se compadeció de nosotros y
no nos apartó en ese momento definitivamente de Él, sino que
nos concedió vivir este peregrinaje en el que se nos da la
gracia de poder distinguir el bien y el mal, y elegir ahora
libremente. Por eso Dios permite que el mal se manifieste a
nosotros: podemos vencerlo viviendo en Dios.
Él nos da la Luz necesaria para que
nos demos cuenta de ello y vivamos unidos a Él; para que si
en aquel momento fuimos engañados, ahora a través de nuestra
vida aquí podamos distinguir y salir de las tinieblas del
engaño, que aún hoy persiste si no elegimos seguir a Cristo,
vivir en Cristo.
Con Cristo obtenemos la Victoria a la que Él nos ha llevado,
dándonos el poder de ser una unidad en Él. Él siempre nos da
cuanto necesitamos (Mt.7,7).
Esta
lucha es para salvación. Dios nos invita al “Banquete de su
Reino,” como en aquel banquete de la parábola en la que
llama a todos: “Trae a los pobres y a los inválidos, a los
ciegos y a los cojos” (Lc.14,21).
Llama a todos los
que adolecen de algo, a todos aquéllos que llevan una vida
que no es una Vida plena.
Sabemos
que lo que leamos en las Escrituras, hemos de mirarlo en un
plano espiritual, aunque se esté utilizando algo material
como medio de entendimiento. Esos cojos hemos de entender
que son aquéllos que no caminan correctamente en el
Camino
de Cristo, los ciegos los que no ven la Luz de Dios, la
Verdad. Y así todo, ya que cuanto se nos ha dado a través de
las Escrituras es mensaje de salvación. Y
esto quiere decir, que esta
invitación es para todos los que andan en camino de
perdición y de muerte. Todos pueden ser de los que disfruten
del banquete, si se preparan y se despojan de sus ataduras,
de todo lo que el mal ha podido limitarles porque no veían,
o no caminaban rectamente, o tantas otras causas, pero que
se decidieron a luchar, y entregados a Dios, consiguen ser
vencedores.
Pero en ese final, que es de lo que habla esta trompeta, el
dolor de la tribulación será tanto, estarán los hombres ya
tan envueltos en la maldad, que aunque vean que les conviene
convertirse, no podrán, no les llegará el arrepentimiento,
no podrán morir a su vida de maldad, pues sus corazones sólo
verán el dolor de cuanto viven y les rodea, pero no pueden
dar entrada en ellos al Amor, a la Luz de la Verdad, dada la
cerrazón de sus corazones. Es lo que se dice así:
En aquellos días la gente
buscará la muerte, pero no la encontrará; desearán
morir, pero la muerte huirá de ellos (Ap.9, 6).
Aquellos días, hacen
referencia a la gran tribulación final. Aquéllos que
buscarán la muerte, pero no la encontrarán
en esos momentos finales, estarán siendo mantenidos en
este peregrinaje por la Divina Providencia de Dios que
en su misericordia infinita los atrae a la salvación.
Dios sabe que hasta en aquellos días finales aún podrán
muchos salvarse, puesto que Dios les da todo lo que
pueda llevarlos al arrepentimiento, si quieren salvarse.
(Los últimos salvados. Pag 214).
Y ésa es la lucha, por la que Él permite que toda maldad
lleve consigo sus consecuencias; sólo porque es el
sello,
la forma de que
podamos caer en la cuenta de que solos nada podemos y
así clamemos a Él, que siempre nos escucha y nos da la
salvación: “Todo el que invoque el nombre del Señor se
salvará” (Hc.2,21). El que lo invoque desde el corazón,
no sólo con la mente. Él dice: “Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente
y con todas tus fuerzas” (Mc.12,30). Y esto
es lo que no podrán hacer aquéllos, que envueltos en la
confusión reinante quieran arrepentirse sólo desde su
mente y no puedan hacerlo ya desde su corazón, desde la
entrega total. Por eso se dice aquí que la
muerte huirá de ellos.
Todos estamos en esta lucha, y para que no nos engañe el
mal, para que distingamos su apariencia engañosa, se nos
da el perfil de éste: